Los apóstatas del libre-comercio, que de libre no tiene nada, porque uno tiene que comprar o vender al precio que ellos ponen (como es, hoy por caso, el precio de la yerba mate), se juntan con la defensora mediática de los genocidas de la dictadura -Cecilia Pando- para dar cacerolazos en los barrios ricos de la Ciudad de Buenos Aires. Y de tan respetuosos que son, no tienen empacho en agredir brutalmente a los periodistas de "6, 7, 8."
Ellos son los que se llenan la boca diciendo que en Argentina no hay libertad, porque no se pueden comprar dólares.
El miércoles pasado, compramos dos pasajes para viajar a España. Los pagamos en pesos y al cambio oficial de 4,59 pesos por dolar. Nadie nos pidió declaración jurada alguna. Y si algo sucediera, tenemos la declaración jurada en la AFIP que muestra que nuestros ingresos justifican esa compra.
Pero la cuestión de "pesificar" la economía es más compleja, por eso subo esta interesante nota de Mario Wainfeld, en la que analiza críticamente el manejo del dolar que está haciendo el gobierno de Cristina Fernández.
Ellos son los que se llenan la boca diciendo que en Argentina no hay libertad, porque no se pueden comprar dólares.
El miércoles pasado, compramos dos pasajes para viajar a España. Los pagamos en pesos y al cambio oficial de 4,59 pesos por dolar. Nadie nos pidió declaración jurada alguna. Y si algo sucediera, tenemos la declaración jurada en la AFIP que muestra que nuestros ingresos justifican esa compra.
Pero la cuestión de "pesificar" la economía es más compleja, por eso subo esta interesante nota de Mario Wainfeld, en la que analiza críticamente el manejo del dolar que está haciendo el gobierno de Cristina Fernández.
Verde que te quiero
blue
Los gobiernos kirchneristas llevan nueve
años de inusual sustentabilidad económica y estabilidad política. La fortaleza
en reservas es una de las claves del éxito (siempre relativo e incompleto) del
“modelo”. En una coyuntura mundial, regional y local signada por la crisis
económico financiera, es forzoso revisar los instrumentos utilizados. Es válido
y hasta necesario que el Gobierno busque conservar los dólares que posee y
atesoró merced a un formidable esfuerzo social.
Las restricciones a las ventas de divisas,
contra lo que proclama la Vulgata dominante, son legales tanto como usuales en
nuestra historia y en la práctica de otros países. Una devaluación abrupta del
peso no funcionaría del modo (en promedio) virtuoso de la de principios de
siglo: otras son las circunstancias domésticas y globales. Se produciría una
fuerte transferencia de ingresos contra los sectores de ingresos fijos o en
general menos poderosos. Y, lo que es suficientemente grave, el Estado perdería
el timón de la economía.
Esas son las principales y sólidas razones
del oficialismo referidas al universo pluricolor del dólar. Lo han llevado a
modificar sus políticas precedentes, aunque esto no se diga tanto. También es
real que hay sectores pro devaluación que tratan de forzar un escenario
propicio a sus intereses. Y especuladores que procuran ganancias pingües a río
revuelto.
El Gobierno obra bien, a grandes trazos.
Y, como es proverbial, señala bien a los principales adversarios de su
política, convalidada por las mayorías. En la lectura del cronista, empero,
falla en aspectos sustanciales de “sintonía fina”. Y yerra en damnificar
intereses de (y cuestionar discursivamente a) actores sociales que debería
atender con más cariño.
- - -
El dólar es un bien escaso, por lo tanto
regular e intervenir en los mercados respectivos es una prerrogativa-deber del
Estado. No tienen razón quienes alegan una plenipotencia individual para
traficar con divisas. Sobra jurisprudencia sobre el tema, lo que no equivale a
vaticinar que no habrá amparos exitosos contra las restricciones. Ello es así
por dos razones. La primera, digamos virtuosa, es que una norma genéricamente
correcta puede ser ilegalmente nociva en casos particulares, que la Justicia
debe contemplar. La segunda, no tan dichosa, es que hay demasiados jueces con
“la cautelar fácil” y voluntad de tener su cuarto de hora (multi)mediático.
- - -
Las medidas oficiales tendieron,
mayormente adrede, a disuadir a potenciales adquirentes de divisas. Algunas son
relevantes y redondas, como las imposiciones para liquidar a exportadores, en
especial a empresas mineras o petroleras.
Pero el corte abrupto (mal explicado y sin
regulaciones conocidas, dos manejos cuestionables desde el ángulo republicano)
también concierne a gentes de a pie. Muchos, acomodados en el esquema
prexistente, son deudores de transacciones privadas en dólares. Otros quieren
ejercer el derecho constitucional de viajar, que supone el de proveerse de
moneda. Y también hay trabajadores provenientes de países vecinos que desean (y
tienen sobrado derecho a) remesar plata a su familia, en la moneda de su patria
de origen. Son algunos ejemplos sencillos, habrá más.
Funcionarios han repetido que sólo el once
por ciento de los argentinos se interesan en el dólar, repitiendo en el
concepto aunque superando en la cifra a la vieja frase de Perón. El cálculo es
discutible, porque se funda en quiénes fueron adquirentes en el mercado formal.
Se reconoce que hay otro, por lo que la cifra es relativa. Y cabe añadir un
dato impresionista: en el caso de viajeros al exterior cuando no había
controles severos, debía ser usual que hubiera un solo comprador por grupo
familiar o pareja... pero en verdad el número de interesados se multiplicaba.
- - -
El mercado de inmuebles usados en los
grandes centros urbanos (dolarizado casi siempre desde hace añares) es otro
intríngulis. Bregar para un “cambio cultural” que induzca a pesificar tales
operaciones es loable pero su eficiencia está en duda. En el medio, será una
prueba de fuego si el tránsito no impacta en la industria de la construcción,
una rama mano de obra intensiva, bastión del “modelo”. La dirigencia de la
Uocra expresa preocupación en privado, con cifras ya públicas en la mano. Un
problema clásico de la economía política: un instrumento no resuelve todos los
objetivos y a menudo empioja otros diferentes aunque vinculados con el
perseguido.
- - -
La inflación es una zona oscura del relato
oficial. Si de eso no se habla, no hay diagnóstico riguroso. El cronista
recomienda la lectura total del reportaje al economista Héctor Valle publicado
en Página/12 el 24 de mayo. Valle defiende las regulaciones a las transacciones
financieras, se opone al desdoblamiento del mercado cambiario o a una
devaluación. Pero señala con énfasis que “en un contexto de inflación de dos dígitos
es bastante complicado tener un ajuste cambiario del 5 o 6 por ciento anual”. Y
agrega “lo que precisa la Argentina es una política muy fuerte
antiinflacionaria. Creo que ahí estamos en mora. Los precios en el país, por
distintas razones, se han ido más allá de lo que se esperaba”. Profano en la
materia, este cronista adhiere. El índice del supermercado (o changuitómetro)
prima con buenas razones en el imaginario de gremialistas y personas del común.
- - -
El oficialismo exhibe credenciales
fuertes, casi únicas: nueve años sin crisis sistémicas, la cotización de las
divisas bajo control, achicamiento de la deuda externa, pago puntual (y
trabajoso, valga subrayar) de los compromisos. En este año hay vencimientos muy
fuertes.
Un sentido común expandido subestima esas
referencias porque reacciona con reflejos adquiridos en 50 años previos a 2003.
Son, al fin y al cabo, cinco décadas de vivencias contra un lapso importante
pero más exiguo. Persuadir para desdolarizar mentes y conductas es una tarea
ímproba, inviable si sólo se apela a prohibiciones. Disuadir (no del todo y no
a todos) en el corto plazo es más sencillo (y menos interesante) que persuadir.
No son métodos excluyentes, más vale.
Un par de acciones de estos días sugieren
que hay ánimo de modificar el trazo muy grueso de las primeras movidas.
Establecer un sistema particular para quienes se trasladan fuera de la
Argentina es un buen aporte. Son infundados, en principio, los reproches al
control sobre el origen del dinero, que también se ejercita respecto de autos
cero kilómetro o de inmuebles. La informalidad no concede prerrogativas y la
vigilancia estatal, bien ejercida, es una virtud.
La otra jugada, asombrosa para el
cronista, es la negociación “a cielo abierto” entre Guillermo Moreno y
operadores financieros del (si se permite mechar otro color) “mercado negro”.
Tratativas de ese tipo, nadie lo duda, deben existir con frecuencia pero es
exótico divulgarlas. Es bueno que el Gobierno se haga cargo de esa realidad
disfuncional, o sea que no viva en Marte. Es rara la operatoria, sus resultados
se irán viendo.
En promedio, el Gobierno tiene sus
razones, que “bajadas” a la gestión se tornan rudimentarias. Mejorar la
sintonía fina es forzoso, amén de una consigna presidencial. Cualquier
objetivo, como sostener las reservas, es instrumental a necesidades varias: el
crecimiento, el consumo, el nivel de empleo, políticas de segunda generación
como vivienda, transporte y compensación de asimetrías sociales. De eso se
trata, mientras se pulsea en la insensible city contra poderes fácticos
desinteresados de todo lo ajeno al lucro propio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario